Cuenta la leyenda, que la hija de una humilde jardinera, llamada Autumal, siendo aún bebé, no conseguía dormir, si alguien no mecía y mecía su cuna.
Había de ser un mecer suave, no tanto como para que no se notase, pero no tan fuerte como para que pareciera un zarandeo.
Tardaron los padres un tiempo en encontrar la medida justa.
Situaban a su hija sobre la hoja de un manzano, y dejaban que la brisa de la noche hiciera su efecto, y aunque durante un tiempo cesaba su llanto, si la brisa paraba, el llanto continuaba.
Estaban ya desesperados, los jardineros, cuando una noche, las hojas del manzano comenzaron a caer, muy poco a poco e iban, con mucha suavidad, trasladando a la bebé de una hoja a otra, hasta el amanecer en el que era depositada con dulzura en el suelo.
Esto duró unos meses en los que, la niña, creció y no necesitó más los reposados balanceos.
Meses que ahora se llaman otoño, en honor a ella.
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