A Lucía le encanta el primer día de clase.
Ver a sus compañeros otra vez, hacer que los "nuevos" se sientan un poco mejor, comentar que tal han ido las vacaciones y en ocasiones, hacer una redacción sobre ellas.
Espera con ansiedad la hora del recreo, para disfrutar de estos últimos rayos de sol del verano jugando y hablando a partes iguales.
Lucía es una gran maestra.
Con cariño y admiración a tantos y tan buenos profesionales.
Algunas veces, a Julia le gusta dejarse llevar, el sol, la brisa, el movimiento de las olas.
Cada vez que abre los ojos, se da cuenta de que se ha alejado de la orilla y haciendo palanca con sus manos, se acerca un poco.
Enfundada en su vestido, ya demasiado fresco para la época, pero el mejor para estos menesteres, camina Carmencita hacia la tapia de piedra, la que separa el camino de los prados de pasto del señor Facundo (si, si, como el de las pipas -decía-), ahora ya, por fin, plagadita de moras ya maduras, dispuestas a ser recogidas.
La vuelta a casa cautelosa, porque, en su deleite, sin darse cuenta, ha restregado varias veces las manos en su ropa y además, ha llenado el bolsillo, para ir comiéndo por el camino.
